Había una vez un cuento que no empezaba con había una vez. Esto ocurrió por culpa de una vieja, medio vieja, medio bruja, medio todo, medio nada. Era una de esas mujeres que decían ver el destino en las cartas o en las esferas de cristal o sólo tocando las manos. La buscaban de todas partes de la República.
Una mañana nublada y triste fui a visitarla porque tenía que escribir un cuento y mi imaginación estaba agujereada. Las ideas se me escapaban por las perforaciones. Me daba miedo conocerla pero el búho me alentó para que fuera. Siempre le hago caso a mi amigo porque es muy sabio y confiable.
La bruja vivía en un barrio llamado La Azucarada. A pesar del nombre tan acaramelado el paisaje era poco amigable. Anduve varias cuadras, parecía que daba vueltas en redondo, siempre volvía al mismo lugar. De pronto, me encontré con dos chicos que estaban haciendo malabares en el semáforo a cambio de una moneda. "¿Ustedes saben dónde puedo encontrar a la señora Lindolina?" Me mostraron dos sonrisas sin dientes, me señalaron un monte y siguieron tirando las pelotas hacia el cielo.
Al final llegué a la casa de la vieja, medio vieja, medio bruja, medio todo, medio nada. Me senté en un rincón del jardín, detrás de las ramas de un pequeño limonero. La casa era bonita, las paredes estaban pintadas de color naranja y las ventanas tenían cortinas con margaritas. No parecía el lugar donde vivía una bruja.
Impresionada.
La vida es sorpresa.
Me sorprendieron.
Escuché, no sé quién lo dijo, que Lindolina estaba descansando. Al mismo tiempo pude ver a una nena que entraba con una leche chocolatada y vainillas. “Le gusta la leche como a mi", pensé.
El silencio volvió a ocupar el espacio. Ahora, el sol quemaba mi espalda y la ansiedad secaba mi boca. Pasó un tiempo, no recuerdo cuánto, por fin estuve frente a Lindolina. No la pude mirar a los ojos. Tocó mis manos y dijo: "La historia ya está escrita". "Esta bruja es pura macana", pensé, pero no me atreví a pronunciar una sola palabra.
- Sólo tenés que contar que no todas las brujas somos malas, algunas nos dedicamos a hacer el bien. Como yo, por ejemplo.
- ¿Cuál es el cuento?
- Sola lo vas a encontrar. Otra condición: esa historia no empieza con "había una vez", porque no es un cuento contado como cuento, es un cuento contado como una historia real de personajes reales que les pasan realmente cosas.
No puedo asegurar que las brujas existen, a mí me tocó conocer una. Una con uñas de mala pero cara de buena. Una con un vestido color celeste pintado con nubes blancas y zapatillas con puntillas. Una con una sonrisa sin dientes.
Las hechiceras malditas, los monstruos y las criaturas espantosas no se fueron de mis sueños. Pero algo pasó, jamás volvió a romperse mi imaginación. Y me di cuenta de que a mi alrededor había muchas historias para contar. Como la de Juanita y Juan, dos chicos que hacen malabares a cambio de una moneda.
Eso sí, siempre empiezan como éste, que termina igual que empieza: había una vez un cuento que no empezaba con había una vez. Cuando volví a la casa de Lindolina para darle las gracias, me perdí otra vez. De repente me encontré con los chicos en el semáforo. Les pregunté por Lindolina. Y los dos, entre carcajadas, me dijeron que estaba equivocada, ahí nunca vivió una bruja.
lunes, 29 de septiembre de 2008
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2 comentarios:
Me atrapó! Si todo el libro es así es bellísimo!!! Regresé.
Muchas gracias Abril.
Este cuento ganó un modesto concurso de literatura infantil.
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