Aun las monjas más rígidas escapaban de la clausura después del toque de queda, y se iban en grupos de dos o tres para hablar con Sierva María. Ella las recibió con las uñas, pero pronto aprendió a manejarlas según el humor de cada quien y de cada anoche. Una pretensión frecuente era que les sirviera de estafeta con el diablo para pedirle favores imposibles. Sierva María imitaba voces de ultratumba, voces de degollados, voces de engendros satánicos, y muchas se creyeron sus picardías y las sentaron como ciertas en las actas. Una patrulla de monjas travestidas asaltaron la celda una mala noche, amordazaron a Sierva María y la despojaron de sus collares sagrados. Fue una victoria efímera. En las prisas de la huida, la comandante del atraco dio un traspié en las escaleras oscuras y se fracturó el cráneo. Sus compañeras no tuvieron un instante de paz mientras no devolvieron a su dueña los collares robados. Nadie volvió a perturbar las noches de las celdas.
Gabriel García Márquez
miércoles, 13 de agosto de 2008
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